Pesos, medidas y platos de antaño.
Pesos y medidas que los tenderos usaban en aquella época no tan lejana de bascula, balanzas y romanas de brazo con picas y plato, cuartos, cuartillos, cuarterones y bidones, barricas, garrafas y garrafones, surtidores de vino y aceite en los mostradores junto a resmas de papel de estraza para envolver todo y “escamar” las sardinas en el quicio de la puerta. Arenques que venían de Galicia en cajas redondas de madera, y barriles de chicharro escabechado con su “moje” que con una cebolleta fresca, una pizca de pimentón y cuatro aceitunas negras era una delicia.
Hoy todo es electrónico, pero seguro que como antaño nos siguen “sisando” y “tangando” en el peso programado para el engaño.
En un desván contemplo estas joyas de mi infancia que quizás nunca más las vea, porque el tiempo pasa volando sin mirar atrás, pero como abuelo con muchos años de vuelo te digo que para mirar adelante es imposible no tener presente el pasado.
Como recuerdo aquello de… Nene: baja a la tienda y dile al tendero que te de un cuarto kilo de azúcar, medio litro de aceite, media libra de tocino sin beta para él cocido, y que lo apunte.
-. ¡Jope ama! Que vaya Bego, que a mí me da vergüenza, sus hijos están conmigo en la escuela y luego me miran de mala manera.
¡Pero bueno! Tiene narices la cosa. ¿Serás lelo? ¡Anda! Déjate de “sinsorgadas” y baja a la tienda que hoy te la ganas.
Esta era la cantinela diaria en mi casa por no decir la norma general en el “Santuchu de la posguerra donde todo se compraba fiado en las tiendas del barrio, y cuando mi “apa” cobraba la paga en un sobre amarronado, mi “ama” bajaba a la tienda con cara risueña, que sin “rechistar” y a sabiendas pagaba con creces la deuda anotada en un papel de estraza colgado en un gancho.
Y a la siguiente semana, vuelta a empezar con la cantinela. ¡Nene! baja a la tienda y dile al tendero que…
Esta era la forma de economía domestica de nuestras madres para el gobierno de la casa, y que a sus 4-5 hijos incluidos los abuelos nunca les faltara un plato caliente en la mesa.
Plato de Duralex siempre con purrusalda, patatas con “raspas” de bacalao, viudas o en salsa verde una cabeza de merluza, Sopas todas las noches de ajo con pan trasnochado, La Ardilla o El Gallo con fideos gordos o delgados, números, letras y estrellas. Potajes y cocidos de alubias, garbanzos o lentejas con un trozo de zancarrón y una “miaja” de tocino para darles “sustancia” El caldo era para la sopa de la cena y el zancarrón de segundo plato como carne guisada con tomate casero que llamábamos trapos viejos…
Antaño comíamos poco pero natural y sano. Hoy todo es un puñetero engaño: el pan es congelado y sin apenas harina, la tortilla con huevina, la leche no tiene nata, las patatas engordan y el tocino mata. O sea, dentro de nada a comer y cenar con pastillas. Eso sí, todos sin dientes ¿Para que los quieres? Y calvos, con colesterol, ácido úrico y diabetes.
¡Amigo/a! Lo bueno de romper con el régimen impuesto por el de la bata blanca es el placer que se siente al quebrantarlo, te quedas completamente a gusto y del todo saciado. ¡Total por un día! Poco lo puedes romper, y mañana haces las paces con él.
Qué difícil es escribir con la sensación de hambre en el estómago, y más contemplando los manjares de la Bodega-Bide, una veterana bodega en la calle del Verdel hoy pintor Losada donde la barra es un milagro y no catarlo pecado.
Un tentativo espectáculo de sabor y colorido para alegrar el ojillo y satisfacer las ansias del estómago más exigente y estragado, pero una cosa es contarlo y otra catarlo, cosa que hago “azuzado” por mis ansias y el sabio consejo de mi “estomagante” tripa, experta conocedora de los placeres del buen comer y mejor libar, algo que a curas y frailes no es menester enseñar.
Al fin he dado por terminado el artículo del Santutxu y + y el prodigioso rito de comer.
Ya es hora de mi partida y siento como todo lo que me rodea; viejos carteles de cine, platos, vasos y manteles se resignan a mi inminente despedida.
Bogart y la Gilda me despiden con una sonrisa, los pucheros lloriquean a borbotones en la cocina, las cazuelas sollozan sin que nadie las vea, y las sartenes vierten lágrimas de cérea manteca…
Parrita
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