Entrevistar a alguien como Moncho Borrajo, con una trayectoria profesional tan importante y con miles de entrevistas a sus espaldas es, a mi modo de ver, una gran responsabilidad hacia él y, sobre todo, hacia vosotros, los lectores.
El pasado 12 de abril Moncho se encontraba en Bilbao ya que los dos días posteriores actuó en el Teatro Campos con su nuevo espectáculo BORRAJO PERDIDO. Hablé con él para proponerle visitar el barrio de Santutxu y comer en el Hotel Gran Bilbao. Le pareció una magnífica idea porque, según me confesó y a pesar de conocer bien el centro de la villa, nunca había subido a su barrio más populoso.
A la una de la tarde, tal y como habíamos acordado, Moncho apareció luciendo un sombrero negro y su inconfundible sonrisa.
-No sabes qué me ha pasado, -Me soltó de pronto.
Pues no. Cuéntame.
Resulta que acabo de pasar por la Gran Vía y había un puesto con unos patos amarillos y, de repente, he visto estos.
Abre la bolsa y me muestra nueve WOPatos tuneados con la cara de un hombre con gafas y barba blanca.
En cuanto los he visto, les he dicho a las chicas que atendían el puesto que se parecían muchísimo a mí. Ellas, alucinadas, han estado de acuerdo, así que les he pedido todos los que tuvieran, pero solo disponían de estos nueve. Uno quiero que sea para ti y los otros los guardo para regalar en mis funciones.
¡Qué bueno! ¿Te han explicado el objetivo de la venta?
Sí, sí, me han hablado del proyecto Walk On Project y eso me ha animado más a comprarlos. Me gusta colaborar con las buenas causas.
Con su bolsa de patos amarillos a los que bautizó como Monchopatos, nos dirigimos al Hotel donde ya nos esperaban. La sesión de fotos comenzó en la azotea mientras él me iba contando anécdotas divertidas de su vida.
Al bajar al comedor varias personas, tanto huéspedes como trabajadores del hotel, lo reconocieron y, él sin dudarlo, se detuvo a charlar con ellos o a posar para sus móviles. Todos, sin excepción, fueron cariñosos, respetuosos y muy amables con este artista gallego.
En una mesa del comedor y, mientras nos servían el primer plato, hablamos de su infancia.
Naciste en un pequeño pueblo llamado Baños de Molgas en la provincia de Ourense pero nunca llegaste a vivir allí.
No, yo siempre he vivido en Vigo. Allí fui al colegio y me crie junto a mis padres. Solo en verano íbamos al pueblo que me vio nacer. Fui hijo solo, mi padre era un sastre muy bueno en la ciudad y mi madre se dedicaba a atender la casa pero, sobre todo, ella era muy lista y era la que se encargaba de lo que ahora diríamos el marketing y la publicidad del negocio.
¿Fuiste un niño mimado?
No, para nada. Mis padres fueron muy rectos y exigentes conmigo pero, a la vez, eran muy dialogantes y amorosos. Recuerdo las votaciones que se hacían en mi casa para decidir, por ejemplo, si un día comíamos cordero o me llevaban al cine porque para las dos cosas no llegaba. Me explicaban sin dramatizar cuándo podían o no comprarme un juguete. Yo lo aceptaba sin rechistar.
¿Cómo te recuerdas de niño?
Fui un niño muy formal, no da problemas. Jugaba con arcos y flechas y no me metía en peleas. En mi época los barrios eran bastante diferentes a la actualidad. En la calle todos nos conocíamos; los mayores cuidaban de los pequeños. En los comercios sabían de quién eras hijo y te protegían si era necesario o se “chivaban” a tus padres si cometías alguna falta. Nuestras madres nos llamaban a gritos para subir a merendar. La calle era nuestra y el barrio poseía ese encanto de la familia.
Tu madre fue muy importante para ti
Sí, los dos, pero mi madre era una santa. Una buena mujer que organizaba la casa, atendía a su familia y ayudaba en el negocio. Siempre me inculcó el respeto y que no envidiara a nadie sino que disfrutara de lo que yo tuviera. Me viene a la memoria cómo me advertía en la época franquista de que no podía contar a nadie lo que se hablaba en casa, ni lo que comíamos. Me prevenía: “Monchito, no puedes decir nada, no hables con extraños y no te vayas con nadie”.
Y, a pesar de eso, eres una persona abierta, pudiste despegarte de todos aquellos consejos que podían inducirte al miedo.
Me enseñaron, a la vez, a ser abierto y participativo; era muy preguntón y algunas cuestiones debían ser incómodas porque no me las contestaban. Me decían que saliera a la calle a jugar con otros niños. Como hijo solo tuve que aprender que sin los demás iba a estar muy mal. Años más tarde el que fue mi primer representante, Chufo Llorens, actualmente un gran escritor de novela histórica, me dijo una frase que siempre la recuerdo: “Moncho, las grandes montañas siempre están solas. Necesitas a la gente, bájate a ellos porque los necesitas, pero no desde un punto de vista superior, sino con humildad”.
Muy sabias palabras. Terminaste el colegio en Vigo con buenas notas y te fuiste a la Universidad de Valencia.
Sí, nunca tuve que estudiar mucho, ya que me servía con lo que me enseñaban en clase. Sacaba muy buenas notas pero, cuando llegué a la Universidad a estudiar arquitectura me di el batacazo porque no tenía el hábito de estudiar. Era muy bueno en dibujo y los profesores allí me aconsejaron que me cambiara a la facultad de Bellas Artes y eso hice.
Imagino a un Moncho adolescente en una ciudad completamente diferente a Vigo sin conocer el idioma.
Sí, llegué con dieciséis años. Al principio viví en una casa con una familia donde aprendí el valenciano, luego residí en un Colegio Mayor y, al alcanzar la mayoría de edad, me independicé. Fue en Valencia donde empecé a cantar en gallego y a ganarme unas pesetas por los pubs del barrio del Carmen.
O sea que ahí comenzó tu vida artística.
Bueno, de una manera más o menos profesional sí; aunque de niño, con once años, mi tío me subía a la barra de su bar para que cantara como Joselito.
¿Esta faceta te viene de familia?
No, para nada. No obstante, mi madre cantaba muy bien las rancheras y mi padre era muy aficionado a contar chistes. Pero, no, ellos estaban al margen del mundo de la farándula.
¿Y cómo se tomaron que su único hijo se decantara por los escenarios?
Al principio mi padre fue el más reticente, pero con el tiempo lo entendieron y lo aceptaron de muy buen grado los dos. A mi padre le preocupaba que yo me convirtiera en un esperpéntico gay pero, cuando vio, que mis espectáculos no iban de eso, se tranquilizó y comenzó a presumir de mí por Vigo y por cualquier lado que iba.
Antes has mencionado a Chufo, háblame de aquellos comienzos.
Sí, yo actuaba los jueves y los lunes a la una de la mañana en varios pubs de Valencia. Una noche vino él a verme y me ofreció trabajar en la mejor discoteca de Barcelona: Don Chufo. Era el año 78. Trabajé muchísimo en aquellos años.
Has conocido el éxito pero imagino que no siempre fue así.
No, claro que no. He tenido épocas muy buenas y otras no tanto. Me he alojado en los mejores hoteles de lujo y en muchas pensiones donde para secarme contaba con una pequeña toalla.
Sin embargo lo que nunca te han faltado son premios.
Puedo asegurarte que los tengo casi todos, pero no los “oficiales” o institucionales como la medalla de Bellas Artes, ni la del mérito al trabajo. Ahora ya no me preocupa en absoluto. Por cierto, acabo de recibir el último en el Encuentro Mundial del Humorismo en A Coruña. El Museo que tengo en mi pueblo natal está lleno de todos esos premios y nombramientos. Invito a todos a que vayan a verlo.
¿Y por qué crees que nunca te las han concedido?
Porque no me caso con nadie. Porque nadie sabe a qué partido político voto. Porque soy libre y digo lo que me apetece. Por eso.
¿Y te ha compensado ir por libre?
Absolutamente. A mí me ofrecieron varios millones de pesetas hace años para que actuara en una campaña electoral en un momento de mi vida en el que necesitaba el dinero. No lo hice y estoy muy orgulloso de ello. Aunque he pagado las consecuencias ahora puedo presumir de libertad
Sin embargo el público reconoce tu trabajo y te muestra siempre su cariño.
Sí, y te aseguro que eso es lo que más me importa. Te podría contar mil historias emotivas como la de una señora que, enferma de cáncer, murió escuchando una canción que le había grabado en una actuación y me llamó su marido para darme las gracias. Otra mujer me pidió que le dejara tocarme la cara porque quería memorizarla, ya que le habían diagnosticado una ceguera en tres meses.
Imagino que contarás con la amistad de muchos colegas de profesión.
Ese es otro de mis tesoros. Tengo grandes amigos como Concha Velasco, a la que adoro. Pero no nos vemos todo lo que nos gustaría. También adoro a los componentes de Mocedades a los que conozco desde hace más de treinta años. A muchos amigos encuentro en los aeropuertos y charlamos entre vuelo y vuelo. Así es la vida del artista.
Tu visión del humor se aleja de la burla.
Jamás me verás reírme de alguien por sus defectos físicos o enfermedades. Tampoco he interpretado papeles de transformista porque nunca me ha gustado lo esperpéntico.
¿Cambias mucho el guion dependiendo dónde actúes?
En líneas generales, no. Tengo mucha facilidad para adaptarme y gran conocimiento de la cultura popular. Me he preparado mucho y puedo hablar de cerámicas, gastronomía, costumbres, trajes…de los diferentes lugares en los que actuó. Siempre voy tomando notas de todo lo que veo y me parece interesante para incluir en mi función.
¿Cómo te definirías encima de un escenario?
Soy una mezcla de actor, cómico, músico, poeta, monologuista, bailarín, crítico y payaso. Todo está escrito y dirigido por mí y, cada dos años, estreno un espectáculo.
Oyéndote hablar no me cabe ninguna duda de que amas lo que haces.
Por supuesto, amo mi profesión y me ha dado muchísimas satisfacciones. Algunos me han acusado de hacer siempre lo mismo, pero es que yo no quiero hacer otra cosa. Groucho siempre fue Groucho y Chaplin siempre fue Chaplin.
Poco se sabe de tu vida privada.
He sido siempre muy cuidadoso y muy prudente. Nunca verás una foto mía desnudo en la playa o bebiendo. La revista HOLA publicó una serie de reportajes en casas de famosos y yo la hice en un hotel de Madrid, aunque llevé mi vajilla, porque no quería que nadie viera mi casa. He marcado mis límites. La prensa me respeta y el público también. Me piden fotos pero con educación.
¿Qué supone Bilbao para ti?
Conozco vuestra ciudad desde hace cuarenta años y he visto su transformación. Recuerdo al bilbaíno de entonces que presumía de Bilbao, pero ahora lo hace con más motivo. Sois muy acogedores, aunque en algún momento, esa familiaridad me ha abrumado. El carácter del bilbaíno, como la fisonomía de la ciudad, ha cambiado a mejor. Me fascina que, a pesar de recibir a diario miles de turistas, sigue manteniendo esa esencia de ciudad pequeña volcada en sus gentes y en sus comercios.
Esto me lo cuenta mientras paseamos por las calles aledañas a la iglesia El Carmelo donde va fijándose en los escaparates y la gente le saluda con simpatía.
Oye, ¡qué grande es este barrio! Me gusta mucho. ¡Qué cantidad de comercios tiene!
Sí, Moncho y es el más populoso de Bilbao. ¿Sueles comprar en tiendas de tu localidad?
Casi todo lo compro en establecimientos cercanos a mi residencia, allí en Tenerife. Me da confianza que me conozcan y sepan mis gustos.
¿Qué te queda por hacer?
Llevo cuarenta y nueve años en este mundo del “artisteo” y, como colofón, me gustaría crear un espectáculo para niños, pero tratándoles como si fueran mayores, dentro de un orden, claro. En Villena hice una función vestido de Harry Potter en la que explicaba a niños de unos 12 años de lo que sí puedes reírte y de lo que no. Les pedí a los profesores y padres que salieran de la sala y durante una hora, aquellos chavales, fueron ellos mismos, contando chistes, explicando sus inquietudes. Fue una experiencia maravillosa.
Ha sido un verdadero placer pasar un rato contigo. Muchas Gracias. Eskerrik asko!
Eskerrik askoa ti, -me contesta haciendo gala de su conocimiento de algunas palabras en Euskera.
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