Código: Génesis X
Maialen Alonso
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Novela con Ilustraciones a color (solo en digital)
Shana sufre una extraña enfermedad sin cura que afecta a su corazón. La criogenizan justo a tiempo, pues días después vida inteligente aparece.
Sin embargo, lo único que acaba sucediendo es la aniquilación de toda la raza humana, y Shana despierta tras su letargo en un planeta vacío sin entender absolutamente nada.
Tal vez por caprichos del destino, en ese momento hay una nave cerca de la tierra que detecta a Shana, el capitán Luzbel ordena a sus hombres traer aquello que provoca la señal antes de que las naves del Emperador la detecten a ella, y a su propia nave.
Desde este punto, Shana tendrá que aprender a vivir de un modo que ni llegó a imaginar. Conocerá extraños individuos en la nave, y un fuerte sentimiento la envolverá…
Las emociones se mezclarán entre alegría, dolor y frustración en el viaje más importante de su vida.
Aquella mañana de bruma resultaba difícil respirar. Aún el sol intentaba salir para alumbrar las calles y, la nieve comenzaba a caer con suavidad aquel primer día de diciembre. La oscuridad del exterior no permitía que se viera nada en la habitación, pero ella sabía exactamente dónde llevar la mano y qué botón pulsar. Alargó el brazo y, tras rozar aquel pequeño aparato, sonó un chasquido y una nube de vapor salió disparada extendiéndose con rapidez sobre ella. Shana no recordaba haber pasado una noche tan mala en su vida, casi no había dormido y sentía que cada vez se ahogaba con más intensidad, lo que automáticamente provocaba que la fuerza de su cuerpo disminuyera con rapidez.
—Papá… —llamó desde la cama, pero nadie habría podido escuchar aquel hilillo de voz.
Se destapó con dificultad dejando la colcha a un lado, y con aquel simple esfuerzo sintió como si hubiera levantado varios kilos de peso. Entonces supo que la cosa se estaba poniendo fea en su cuerpo. Tan rápido como pudo, abrió la puerta que daba al gigantesco pasillo de la mansión, las piernas le temblaban y los cuatro metros que separaban su habitación de la de sus padres le parecieron una infernal maratón a contrarreloj.
—Papá… —volvió a susurrar tan fuerte como pudo, al tiempo que abría la puerta y caía de rodillas— Papá… ayúdame…
—¿Cariño? —en un acto reflejo, el hombre cogió las gafas de la mesita de noche y encendió la lámpara enfocando con la vista hacia el umbral de la puerta— ¡Cariño!
El hombre de pelo canoso se tropezó con su propia zapatilla y cayó al suelo con tanta fuerza que despertó a su mujer. Levantándose con torpeza corrió tan rápido como pudo hasta llegar a su hija, que seguía agarrada al pomo de la puerta como si la vida le fuera en ello. La examinó con rapidez y Shana pudo ver el preocupado rostro de su padre, además de las lágrimas en los ojos de su madre. ¿Se estaba muriendo? ¿Por qué? Nunca había comprendido porqué tenía que sufrir tantos dolores, porqué su corazón era tan débil como para tenerla encerrada entre aquellas cuatro paredes. No sabía qué tacto tenía la nieve bajo sus pies desnudos, no recordaba la sensación del césped húmedo acariciando su piel ni el olor de la primavera, habían pasado tantos años desde la última vez que disfrutó de aquello, que ya lo había olvidado.
Se esforzó por seguir respirando mientras su padre la cogía en brazos y corría tan rápido como su cuerpo le permitía hacia el exterior, en busca del coche familiar. No se rendiría, deseaba tanto vivir y sentir el mundo que se juró vencer a su propio cuerpo.
—¡Acelera James! —gritó la mujer dentro del coche.
James sentía cómo el sudor le resbalaba por las sienes, estaba tan cerca de perder a la hija que tanto amaba, que le daría un ataque de histeria. Había dedicado su vida a investigar enfermedades y curas para todo el mundo. Entonces, ocurrió el milagro veinte años atrás, nació su pequeña, pero pronto descubrieron que su cuerpo no estaba sano como habría querido cualquier padre, su corazón no funcionaba como debía, era genético, pero no sabía qué era ni cómo curarlo. Desde aquel momento dedicó su vida y sus fuerzas a investigar hasta caer desmayado por el exceso de esfuerzo, ¿y para qué? Solo había conseguido un suero sintético que la ayudaba en momentos de crisis por un corto período de tiempo.
Aparcó en medio de la puerta principal, pues no era el momento de perder el tiempo yendo hasta el aparcamiento trasero. La luz de la entrada estaba encendida, el guarda estaba apostado en el mostrador de la pequeña oficina mirando con atención la escena, y cuando reconoció al científico jefe, salió corriendo en su encuentro.
—¡Doctor James! —sin preguntar, estiró los brazos aprovechando la enorme fuerza física que le caracterizaba, para cargar con la chica de pequeño tamaño.
Usando su tarjeta llave accedió con rapidez al edificio, entrando después a la zona restringida, donde un pequeño grupo trabajaba en horario nocturno. Causando revuelo, dejaron a Shana en una camilla y con manos temblorosas James abrió la pequeña nevera buscando el último suero que había creado. Mientras su mujer sollozaba, el clavó la aguja en el brazo de Shana sin perder un segundo, dejándose caer posteriormente sobre una silla, pálido como un muerto y sin poder hablar.
—¿Se… se pondrá bien? —tartamudeó su esposa— Me prometiste que la curarías…
—No lo sé… Cielo santo, mi pequeña.
—Doctor —una muchacha de ojos azules le miró seria, era su ayudante, Anna—. Creo que no nos queda más remedio. Ha empeorado, el tiempo se nos acaba…
—¿A qué se refiere, James?
El hombre no quiso mirar a su mujer, no tenía fuerzas suficientes para decirle que su princesa tenía los días contados. Aquel suero era más efectivo, pero cada vez que sufría un ataque, su estado se volvía más grave y deterioraba más su cuerpo. Solo les quedaba una solución para ganar tiempo, y recurriría al gobierno en busca de un favor que le debían.
—Tengo que hace una llamada… —se levantó de la silla arrastrando las patas de esta, que chirriaron quejándose por la brusquedad del movimiento— Anna por favor, habla con mi esposa.
Entró a su despacho, que solamente estaba separado del laboratorio por una fina puerta que no logró acallar el llanto de una desesperada madre, apenas unos segundos después de cerrarla. James no pudo evitar odiarse a sí mismo por no curar a su hija, pero amenazaría a quien fuera para conseguir que le hicieran el favor, se lo debían después de lo que le obligaron a crear años atrás, y de lo que provocaron con aquello.
—Quiero hablar con el General Graham —esperó una contestación negativa y continuó—. Dile que soy James Hamon. Si se niega a hablar conmigo, avísale de que Reina Sur se hará pública.
Pasaron solamente unos segundos antes de que escuchara al otro lado del teléfono una voz agria que no escondió su enorme malestar ante la amenaza. En aquel momento, su mujer entró por la puerta seria y con los ojos enrojecidos. Las manos, entrelazadas sobre el vientre, le temblaban sin remedio.
—Maldito idiota, ¿quieres que te maten? —escuchó James al otro lado.
—Es hora de que el país me devuelva el favor —su tono firme pareció calmar al hombre con el que hablaba.
—¿Te has vuelto loco? No puedes hablar de Reina Sur. Es un secreto de estado. Joder James, somos amigos desde niños, no me pongas en un aprieto —Graham se sentó en su sillón y con un gesto pidió a su mujer que le sirviera un whisky.
—Mi niña se muere Graham, tú eres su padrino, ayúdame.
—Sabes que si estuviera en mis manos la salvaría sin dudarlo, pero si ni un científico de tu talla puede, ¿crees que yo seré capaz de algo?
James se tomó unos segundos, tal vez varios minutos. Por su mente aparecieron varios recuerdos, el comentario de un colega, que inocentemente creyó que James conocía aquel proyecto, le creó una pequeña esperanza.
—Necesito a Venus —su tono tembló haciendo evidente la desesperación que sentía.
—No sé de dónde coño has sacado ese nombre, pero conoces la respuesta.
—Te juro Graham, que si mi pequeña muere el planeta entero sabrá cómo el país ganó la tercera guerra mundial —se hinchó de valor—. No te imaginas las pruebas que tengo. No quería amenazarte, pero…
—¿Sabes cuántos millones costará meter a tu hija en Venus?
—No tantos como los que os ahorrasteis gracias al arma biológica que cree… y con la que matasteis a miles de soldados enemigos… —reprochó con enfado. Recordar aquello le provocaba náuseas—. Yo he tenido que vivir con mi conciencia, ahora pagad la deuda.
—Vale, tienes razón. No voy a preguntarte cómo mierda has descubierto Venus, pero no te aseguro nada, llamaré al presidente ahora mismo y se lo pediré como un favor personal. Escúchame —elevó el tono de voz antes de que James le diera las gracias—. Será mejor que cierres esa bocaza. Tú no sabes nada.
—Sí.
—Espera mi llamada.
Colgó el teléfono sin decir nada más. No se sintió bien del todo con aquella situación, pues Graham era como un hermano para él, sin embargo, no podía dejar que Shana muriese, daría su vida por ella. El problema era que se había acabado el tiempo, y si entraba en Venus, aquello ya no sería un obstáculo. En el fondo no tenía grandes esperanzas. El proyecto Venus se había usado en muy pocas personas, y todos ellos eran eruditos, gente potencialmente valiosa para la humanidad. Su pequeña no tenía nada de especial para el planeta, pero si tenía que amenazar al presidente en persona, Dios sabía que era capaz.
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Había estado varios días barajando aquello, era un proyecto experimental, muy efectivo en casos como el de su hija, una enfermedad incurable de momento… Daba tiempo, todo el tiempo del mundo para descubrir la cura.
—¿Sí? —corrió hasta el teléfono cuando comenzó a sonar.
—El presidente ha dado el visto bueno. He tenido que recordarle lo que hiciste por el país, al final ha accedido a que Shana entre en el proyecto. He mandado un furgón a por vosotros, no podemos perder tiempo, solo hay una cámara libre por el momento. Escucha —continuó—, sé que va a ser difícil, pero Mei no podrá acompañarte. Es un complejo de alta seguridad, solamente a ti se te permitirá estar dentro y seguir con tu investigación.
—Gracias Graham… —en aquel momento se debatió por no dejar salir su llanto—. No te preocupes por Mei, lo entenderá.
—Asegúrate de que no comente nada. No deberías haberle dicho nada a nadie sobre Venus, si se enteran de que civiles o… —carraspeó— tu equipo conoce estos detalles, estarán muertos en un abrir y cerrar de ojos, ya sabes cómo funciona todo esto.
Se disculpó por todo antes de colgar. Graham le conocía demasiado bien, sabía que no tenía secretos con su equipo, menos aún con Anna, que era su mano derecha. Dio un giro brusco y salió del despacho, no tardarían más que unos minutos en llegar y debía preparar todo.
Habló con Mei, su esposa. Entre llantos y lágrimas le pidió a su marido que salvase a su hija costase lo que costase, y que no quería conocer más datos de lo que iba a ocurrir más allá de lo que ya sabía. Con la ayuda de Anna y el resto de su equipo, James preparó a Shana, que estaba plácidamente dormida gracias a un sedante y mandó al guardia de seguridad a la puerta, a la espera del equipo de Venus, para que les abriese el camino hasta su laboratorio.
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