Todavía hay quien la conoce como Colegiata de Cenarruza aunque, actualmente, se trate de un Priorato de la Orden Cisterciense de la Estrecha Vigilancia.
Desde el siglo XIV hasta la desamortización a finales del XIX existió una comunidad de canónigos que convivían en el interior de este tesoro arquitectónico e histórico.
Situado en una ladera del macizo montañoso de Oizen el municipio de Cenarruza-Bolivar, a unos cincuenta kilómetros de Bilbao,es un importante paso de la ruta Jacobea que fue declarado Monumento Histórico Artístico en el año 1948.
Existe una leyenda que explica que en el año 968 los vecinos de Guerricaiz, a pocos kilómetros de la colegiata, vieron cómo un águila agarraba con sus patas una calavera de una de las tumbas de la iglesia y voló con ella hasta el lugar donde hoy se ubica este edificio religioso. Aquella gente lo entendió como una señal y decidieron construir un templo que se convirtió en la parroquia de la población.
Con el paso de los años fue ganando prestigio y fueron muchos los peregrinos que se detenían aquí en su camino hacia Santiago. Por ello, a finales del siglo XIV, se construyó el complejo religioso que vemos hoy en día compuesto por varios edificios que rodean un patio.
En 1379 Gonzalo de Mena y Roelas, Obispo de Calahorra, diócesis a la que pertenecía Vizcaya, la declaró Colegiata.
Este enclave tan espiritual es el lugar idóneo para realizar una excursión e impregnarte de la paz y el sosiego que carecemos en la ciudad.
Hace unas semanas me acerqué hasta aquí. Mis primeros pasos después de estacionar el coche en un lugar habilitado para ello, se dirigieron al claustro renacentista del siglo XVI y mi vista se fijó en los arcos de media punta sobre unas columnas toscanas.
De allí me dirigí a la iglesia que, en ese momento, se encontraba completamente vacía.
Con calma observé los diferentes detalles de este templo del siglo XV imaginando cuántos peregrinos, cuántos devotos y cuántas personas buscando un rincón en silencio habrán pasado por aquí.
De nuevo en el patio central de este conjunto de edificios vi un arco y decidí atravesarlo; se trataba de una salida desde la que se observa el pueblo y una tapia muy alta que rodea el jardín al que no se puede acceder.
Uno de los siete monjes benedictinos que habitan el monasterio me saludó educadamente y me explicó que, durante todo el año, acogen a muchos peregrinos, sobre todo de nacionalidad alemana. Por muy poco dinero ofrecen un alojamiento con una frugal comida. También me comentó que dedican parte de su tiempo a la repostería que luego venden en una pequeña tienda frente al claustro.
Sin duda alguna, es un lugar maravilloso, con encanto y en un entorno privilegiado, para todos aquellos que realizan el Camino de Santiago y anhelan un sitio para reposar en una de sus etapas. Eso sí, todo es muy sencillo. Aquí no se puede ir buscando lujos.
A poco más de un kilómetro, en el pequeño y apacible pueblo de Ziortza-Bolibar, se sitúa el Museo Simón Bolivar en el interior del caserío Errementarikua que fue una ferrería y perteneció a los antepasados del famoso libertador. Entre estas paredes se exponen muchos objetos que ayudan al visitante a comprender la historia y conocer más de aquel hombre que soñaba con una gran confederación de las antiguas colonias españolas, al estilo de los Estados Unidos.
Simón Bolivar nació en el año 1783 en la ciudad de Caracas (Venezuela) y falleció a la temprana edad de 47 años en Colombia.
Desde niño se instruyó leyendo a los grandes pensadores como Montesquieu o Voltaire. Viajó por diferentes países de Europa y se juró a sí mismo que no descansaría hasta ver liberado a su país de la dominación española. Fue líder de campañas militares para la independencia de países como Venezuela, Colombia, Bolivia, Perú y Ecuador.
La planta baja está dedicada a las exposiciones temporales. Por una escalera de madera ascendí al primer piso donde se recrea la vida en la baja y alta edad media. Una maqueta de una ferrería es lo primero que llama la atención del visitante, ya que apretando un botón se pone en funcionamiento.
El caserío se mantiene perfectamente acondicionado y los objetos expuestos nos dan una clara idea de cómo fue la vida de Simón Bolivar.
El segundo piso está dedicado enteramente al libertador. Allí se pueden observar tanto monedas y billetes de hace más de dos siglos, como cuadros, banderas, armas, libros y una gran variedad de objetos que nos ayudan a conocer mejor a este hombre quien, aseguran, residió un año en el Casco Viejo de Bilbao y, sin embargo, no hay ninguna documentación que acredite que visitara este pueblo, el de sus antepasados.
Al terminar mi recorrido salgo a la calle y me fijo en un busto del militar realizado en bronce y colocado en 1983 cuando se inauguró el museo coincidiendo con el bicentenario de su nacimiento.
Como siempre os digo: Muy recomendable la visita.
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